Review de la película "Uncut Gems"

Daniel Schuchkin 10/03/2020

Hacer cine de época me parece meritorio porque te hace pensar en el universo que construyes como una realidad material tangible. Ya no es únicamente la sucesión de planos lo que le da sentido a la narrativa; existe un marco. Una película sobre la era victoriana tiene que, forzadamente, obedecer a los patrones que marcan esa época, incluso si es para negarlos activamente: la ropa, la tecnología, la situación sociopolítica tejen una red que acaba formando parte de la historia que se quiere contar, tenga el foco que tenga.

Uncut Gems comete un crimen genial ya en su premisa: sitúa su ambientación de época en pleno 2012, ocho años antes del estreno. Y es así como hace colisionar frontalmente dos realidades: la rigidez del enclavamiento en el tiempo y la hiperrealidad –o irrealidad– de la posmodernidad, donde ya no existen grandes relatos, predomina la cultura de la desinformación y los últimos sucesos generacionales con importancia global han sido atentados terroristas. No hay un gran enemigo ni una causa noble que nos veamos con el poder de apoyar, solo muchas verdades que conviven y colisionan, se expanden como fractales y caben en el interior de una gema.

Fotograma de Uncut Gems

Una gema que situará el inicio de la película en Etiopía en el año 2010, donde mineros que trabajan en condiciones de esclavitud buscan minerales que serán codiciados por un joyero neoyorquino dos años después. Nuestro relato comienza (continúa, se expande, se distorsiona) cuando Howard Ratner, un joyero ludópata que vive de apuesta en apuesta y de subasta en subasta, recibe la visita del jugador de la NBA Kevin Garnett, interesado en comprarle su última gran joya: la gema titular. Howard, ansioso, la empeña temporalmente para conseguir dinero para una gran apuesta. Esto enfrascará al protagonista en una carrera de la avaricia en un mundo frívolo y acelerado donde cada minuto cuenta y los mafiosos a los que les debe dinero acechan detrás de cada esquina.

Los hermanos Safdie integran su historia completamente en una gramática propia: huyen de los convencionalismos de Hollywood para mostrarnos que la vida del protagonista no es una línea, sino una espiral descendiente de la que Howie –un estelar Adam Sandler- disfruta cada momento. La fantástica banda sonora de Oneohtrix Point Never es casi contraintuitiva, un muro de sintetizadores hipnóticos que se alzan por encima de las escenas y las voces de los personajes, obligándoles a hablar a gritos para no ser presas del ruido. El montaje es igual de caótico: los planos se pegan a los rostros de los personajes, produciendo desorientación y falta de coherencia espacial y las escenas casi se desperdigan en lugar de construirse: no hay un clímax definitivo porque tampoco hay un momento de descanso. Las escenas de acción están rodadas con la misma inmediatez que las de reposo; la vida de Howard es una gran apuesta que no da tregua.

Todo esto ha llevado a que Uncut Gems sea considerada una de las películas más ansiosas de la década, título totalmente merecido por cómo mantiene la tensión durante las dos horas de metraje. Pero es que también es una obra totalmente infeliz. Las voces se superponen, de forma que algunas grandes declaraciones se oyen de fondo y el foco se sitúa en comentarios banales que suceden a la vez; los espacios son confusos y cerrados, con fronteras físicas que no dejan comunicarse a los personajes; quizá tampoco amar como es debido. Howard busca en su amante el amor que no quiso encontrar en su mujer, pero muchas veces se muestra como un intento fútil en la vida del hombre que no para. Y al final no hay una epifanía porque el mundo no permite que haya epifanías: solo nos queda fluir a contracorriente, como el miserable de Howard Ratner, y esperar poder agarrarnos al próximo clavo ardiendo que venga.

Fotograma de Uncut Gems